Por: John M. Ackerman
Los desesperados ataques de José Antonio Meade en contra de Nestora Salgado pintan de cuerpo entero al régimen autoritario que ya se acerca a su fin. Con el propósito de desviar la atención de las enormes corruptelas y los sistemáticos crímenes de lesa humanidad que han marcado este sexenio, Meade se lanza con todo en contra de una valiente mujer, indígena y migrante, quien no ha hecho otra cosa que defender a su pueblo natal de Olinalá, Guerrero, de la delincuencia organizada y luchar a favor de los derechos humanos de todo el pueblo mexicano.
Quien tendría que estar en la cárcel no es Nestora, sino Meade. Los verdaderos cómplices del crimen organizado no son los policías comunitarios, quienes, amparados por la Ley 701 del estado de Guerrero, defienden la paz y la tranquilidad social, sino los altos funcionarios públicos que encubren a los gobernadores corruptos y promueven la utilización del presupuesto federal para financiar campañas electorales.
Meade es la cara viviente del privilegio, la impunidad y el abuso de poder. El candidato de Enrique Peña Nieto nació en el seno de una familia de elite cuya fortuna proviene de sus amplios vínculos con destacados políticos tanto del PRI como del PAN. Estas redes de poder le permitieron a Meade ingresar y sufragar las colegiaturas astronómicas de escuelas como el ITAM y Yale. Y fue gracias a estos mismos contactos, y no por algún mérito propio o capacidad académica especial, que el ahora candidato del PRI a la Presidencia de la República logró ir escalando de puesto en puesto dentro de la administración pública federal.
No es la lucha sino el champán lo que define el actuar del ex-secretario de Hacienda tanto de Felipe Calderón como de Peña Nieto. No es la valentía sino la comodidad lo que caracteriza la vida y la perspectiva política del gran encubridor de los saqueos de las últimas dos décadas (véase mi análisis reciente en estas mismas páginas sobre “Meade: el chapulín encubridor”: https://bit.ly/2q6vW9Q).
En contraste, Salgado es un ejemplo a seguir. Su único pecado fue indignarse frente a la brutal violencia y criminalidad que todos los días carcomen el tejido social, las instituciones públicas y la economía popular en la hermosa región de La Montaña de Guerrero.
Después de una ardua lucha personal como migrante en los Estados Unidos, Nestora ya había logrado el “sueño americano”. Había adquirido la nacionalidad estadounidense y vivía en Seattle en la bella Costa del Pacífico en el Estado de Washington. Sin embargo, en lugar de descansar, olvidarse de su pasado y enfocarse en su bienestar propio, Nestora decidió regresar a casa para sumarse a la lucha colectiva por la justicia en su pueblo natal.
El fondo del problema de la violencia en Olinalá, y en todo Guerrero, es que el crimen no solamente es encubierto y tolerado por el gobierno, sino muchas veces directamente “organizado” por los políticos, del PRI y el PRD.
Nestora relata, por ejemplo, que las agresiones en su contra empezaron cuando la Policía Comunitaria a su cargo decidió indagar más allá de los crímenes comunes para también seguir la pista de políticos y empresarios corruptos de la localidad. Los comunitarios detuvieron a un comerciante de carne clandestina, investigaban los posibles nexos de la administración municipal de Olinalá a cargo de Eusebio González con el narcotráfico, descubrieron redes de prostitución infantil, e incluso tuvieron la osadía de encarcelar al síndico Armando Patrón Jiménez por su presunta responsabilidad en el asesinato de dos personas en el poblado de Huamuxtitlán.
Fue en ese momento cuando inició el contraataque desde el narcopoder, estatal y federal, que llevó al encarcelamiento injusto de Salgado como uno de las presas políticas más importantes del sexenio de Peña Nieto. Se le acusó de “secuestrar” a un grupo de mujeres detenidas por la Policía Comunitaria, pero las supuestas “víctimas” jamás se presentaron a declarar ante el juez y Nestora quedó exculpada de todos y cada uno de los cargos en su contra.
En una conferencia de prensa celebrada el pasado martes, 22 de mayo, Nestora respondió con gran dignidad y elocuencia a las calumnias de Meade. Le preguntó al candidato priista si él alguna vez “ha acompañado a levantar un cuerpo despedazado, que si ha acompañado a una madre, que si ha visitado esos pueblos donde no tienen para comer tres veces al día y que si ha visitado a esos campesinos a los que se les ha abandonado”.
Nestora continuó: “Quiero decir que me indigna cómo estos dos candidatos del PRI y del PAN con esas palabras huecas hablan de los migrantes, qué saben ellos de cruzar la frontera para trabajar, qué saben ellos de dejar sus familias con ese dolor, dejar a sus hijos llorando”.
Y finalmente remató: “Rechazo definitivamente la acusación que me está haciendo públicamente en cadena nacional, exponiéndome y poniéndome en peligro, y hago de conocimiento público que esa misma noche después de que declaró eso en cadena nacional a la casa de mi hija fueron a tirar balazos. Así ese señor está poniendo en riesgo de toda mi familia, de mis hijos y de mis compañeros”.
Entonces, quien debe tener la conciencia intranquila no es Andrés Manuel López Obrador, cuyo partido demuestra gran entereza apoyando a alguien como Nestora como candidata al Senado de la República; es Meade, quien con sus declaraciones pone en riesgo la vida no solamente de Nestora sino de todos los luchadores sociales del país.
Ya basta. Los mexicanos demandamos paz, libertad y justicia. Este 1 de julio todos tenemos la responsabilidad histórica de expresar este profundo anhelo de manera pacífica en las urnas.
Twitter: @JohnMAckerman