Aunque el calendario es una convención, influye sobre nosotros cuando hacemos balance del año que acaba y pronósticos para el siguiente: quienes tienen una visión crítica consideran 2015 un año muy malo y prevén uno peor. Es de creerse que el régimen está agotado en su desempeño y podría empeorar. En la economía se espera un crecimiento débil, el endeudamiento excesivo afectará la estructura financiera; el precio del petróleo, del que hemos vivido durante décadas, ha bajado y todo indica que no subirá; el colmo: Pemex está siendo saqueado y mientras las petroleras del mundo bajan su producción, la nuestra lo aumenta en 3 mil millones. Tampoco puede esperarse un descenso de la violencia o de la delincuencia organizada. Ni hay en el horizonte indicio de la disminución de la corrupción y la impunidad. La inconformidad tenderá a subir porque se acerca fatalmente la crisis política de 2018. Una clara mayoría de mexicanos reprueba al gobierno y a las instituciones. Queda poco espacio para el optimismo y muy amplio para la incertidumbre.
Pienso en el destino de mi generación. Los que hemos nacido poco antes o después de 1940 hoy estamos al filo de los 75 años. La anterior, de mis padres y maestros, nacidos entre 1910 y 1920, ha desaparecido y nosotros mismos estamos diciendo adiós. Parece que tendremos cierta prórroga en la esperanza de vida gracias a los avances de la medicina. Pero no hay duda: ya estamos en la etapa final y la mayoría piensa en el retiro, al menos en la reducción de sus responsabilidades. Nuestra generación, como la que acompañó al Porfiriato y siguió a la de la Reforma, fue beneficiada por el crecimiento económico y la estabilidad y en su mayor parte fue no sólo conformista, sino decididamente favorable al régimen.
Mientras nosotros nos vamos entran en el escenario los nacidos entre 1985 y 1990. Tendrán hoy de 30 a 35 años. Es un misterio cuál será su comportamiento, pero tendrán muchas razones para denunciar los males que nos aquejan y que ellos reciben como herencia. Quizá pasen de la crítica a la acción política y superen el relativo conservadurismo de mi generación y las tres que nos separan de esta flamante que ya toca a la puerta.
Estas cavilaciones me hacen recordar a tres amigos que participaron en la llamada transición a la democracia, pérdidas muy grandes en lo personal y en la vida pública. Jaime González Graff, Adolfo Aguilar Zínser y Manuel Camacho Solís. Desaparecieron cuando estaban en plenitud de su actividad política. Tarde o temprano se les reconocerá el papel que cumplieron