Por mucho menos de lo que está diciendo, denunciando y fustigando el Papa en su gira por México, un sector muy importante de políticos, empresarios y comunicadores erigidos en Santa Inquisición ha llamado “populista” y “demagogo” a otro dirigente social del país. Pero en esta ocasión, por venir del líder del catolicismo mundial, ese discurso no se ve como postura herética sino como “crítica constructiva” y hasta una especie de bálsamo santificador.
El “síndrome del populismo”, que tanto asusta e inquieta a los inquisidores laicos, acompaña al Papa Francisco. Vive de manera austera. Desde el primer día renunció a residir en el palacio papal y optó por un departamento sencillo y modesto, con solo una mesa multiusos, que lo mismo funciona como comedor que escritorio.
Viaja en un Fiat Cincuechento, de dimensiones y estatus similar al “tsurito” mexicano. Renuncia al blindaje del Papamóvil, y en su lugar utiliza un vehículo descapotado, con una guardia discreta y una exposición directa. También rechaza el protocolo de oropel, como la cursi alfombra roja que le colocaron en el hangar presidencial durante la recepción y que ni siquiera pisó.
Le gusta moverse a ras de tierra y pisar el polvo, como en las ocasiones que ha descendido del Papamovil para saludar y estrechar las manos de las personas que lo esperan durante horas para verlo pasar. ¡Viaja en aviones comerciales y en aerolíneas plebeyas, sin aditamentos ni adaptaciones especiales! De hecho, trascendió su rechazo al ofrecimiento de usar el nuevo avión presidencial, que perversamente le ofrecieron para compartir los costos políticos de esa manzana envenenada.
Pero más allá de la conducta personal populista –“populachera” para algunos–, están los posicionamientos públicos contra los privilegiados, los elitistas y los “Faraones”, que al buscar o mantener privilegios y prebendas, “para sí y los suyos”, generan corrupción, desigualdad, pobreza, inseguridad, violencia y crimen.
En Ecatepec, Estado de México, al clamar contra los corruptos y la riqueza mal habida, prácticamente describió a la mafia del poder. La inclinación de buscar la riqueza a toda costa despoja a los más marginados; “esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, a amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta es el pan que se le da de comer a los propios hijos”.
En contraposición a lo que estos Faraones van dejando en su camino, el Papa llamó a construir un México de oportunidades, donde no sea necesario “emigrar para soñar, de ser explotado para trabajar, de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de unos pocos. Una tierra que no tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”.
En San Cristóbal las Casas, cuna del levantamiento zapatista indígena, exigió el cese contra la opresión y la discriminación de los pueblos originarios, al tiempo que condenó a los “mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, que los han despojado de sus tierras o realizan acciones que las contaminan”.
Por si alguien no se ha dado cuenta, la opción preferencial por los pobres (cuya traducción laica sería “por el bien de todos, primero los pobres”) es la esencia del discurso y la visión papal. Señores corifeos y mercaderes de los Faraones: ¿por qué no lo expulsan de su templo al grito de “populista y demagogo”?
Por: Ricardo Monrreal