Multitudes de voluntarios ganan el paso otra vez al gobierno frente a la tragedia

De lo alto de la inmensa mole de concreto comenzaron a caer vidrios, luego pedazos de los balcones y, en medio de los rechinidos desesperados del acero, el viejo edificio de siete niveles se vino abajo ante la aterrada multitud que se apretujaba en el estrecho camellón de la avenida Zapata, cerquita de la delegación Benito Juárez.

Sin reponerse de la conmoción, y como fantasmas entre una inmensa nube de polvo, primero unos cuantos, luego multitudes de voluntarios que fueron creciendo conforme pasaban los minutos y las horas tomaron en sus manos el rescate de las víctimas de ese y de todos los inmuebles que, con el terremoto de las 13:14 horas, quedaron hechos pedazos.

Igual que 32 años atrás, justo el mismo día, aunque con seis horas de diferencia, la sociedad civil capitalina se anticipó a la acción de los tres órdenes de gobierno, que apenas 135 minutos antes habían monitoreado el simulacro anual, conmemorativo del sismo de 1985.

Las imágenes eran las mismas en las colonias más dañadas por el terremoto: Decenas, cientos, miles de mexicanos de todas las edades, aunque sobre todo jóvenes, muchos jóvenes, colmaban las montañas de concreto armando líneas para remover escombros y buscar vidas.

De entre los despojos del edificio del Eje 7 Emiliano Zapata 273 y Prolongación Petén, en la colonia Santa Cruz Atoyac, fueron rescatadas tres personas con vida.

–Yo rescaté a la señora Leonor y la llevé al hospital de Xoco –me dice un socorrista, agotado por horas de esfuerzo–. Fue gratificante.

Como él, decenas de rescatistas improvisados tomaban breves descansos, mientras otros miles, como en una colmena, arrancan escombros que transportan en líneas de voluntarios hasta el otro lado de la avenida, donde se apilaban restos de muros, muebles, enseres,

Un libro –“Sangre en su tinta”, de Cornelia Funke– y un oso de peluche se apilaron con la basura.

Sólo hasta tres horas después de iniciadas las labores de rescate aparecen los elementos del Ejército y la Marina, cuyo número resultó ínfimo ante la muchedumbre que no se daba tregua en hurgar entre los remanentes del edificio que sepultó a un número indeterminado de personas.

Así como eran evidentes los militares, destacaban en las labores de rescate los trabajadores de la construcción, diestros en el manejo de los picos y las palas, que igual toman también el mazo para derribar las gruesas columnas que estorban el rescate.

De pronto el bullicio cesaba. Los brazos de la muchedumbre se levantan junto con cartulinas fluorescentes que exhortaban al silencio ante la sospecha de que alguien solicitaba auxilio.

Era falsa alarma. Muchas las hubo durante la jornada agotadora en Juárez y Petén. Pero también hubo momentos de júbilo: Un cachorro fue rescatado entre aplausos.

Al caer la noche, las escasas lámparas en la montaña de escombros son como luciérnagas. De pronto se encendieron dos potentes lámparas y llegó un camión con una planta de luz eléctrica, sólo para que, desde un altavoz, alguien exhortara a todos los voluntarios para que cesaran la búsqueda desde lo alto y se armaran cuadrillas de 15 personas para rescatar, decía, a cuatro desaparecidos.

A las 20:05 comenzó una llovizna. Arreció en cosa de minutos. Pero nadie se arredró. Mientras descendían los voluntarios de entre los escombros, se organizaban las cuadrillas, también auxiliadas por filas de jóvenes, muchos jóvenes, para transportar en botes los desperdicios.

Algunos se iban yendo, pero arribaban, en grupos pequeños y grandes, contingentes de voluntarios cargados de agua, mucha agua, comida, cubrebocas, medicinas, frituras, solidaridad, mucha solidaridad…

Otra vez, como hace 32 años, la sociedad civil le ganó al gobierno y sus tropas de uniformados…

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