Terminé de leer el libro que da título a este artículo escrito por John Gibler. Si tuviera que resumirlo en unas palabras diría: llanto amargo por la tristeza, llanto rebelde por la rabia, llanto combativo por la injusticia, llanto indignado por la barbarie.
El libro es demoledor, no deja lugar a dudas de la responsabilidad del desgobierno de Peña en el crimen de Estado de la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Pero vayamos por partes.
Descubrí en la red la invitación a la presentación del libro «Una historia oral de la infamia. Narra los ataques contra los normalistas de Ayotzinapa» de John Gibler el 13 de julio en la colonia Santa María la Ribera en el D.F. Yo estaría en Chiapas en esas fechas, así que le comenté a mi hermana Mónica sobre la presentación del libro para ver si podría acudir a la misma.
Acudió con mi sobrina Aura, habían llegado un puñado, no más de medio centenar de personas. Estuvieron en la mesa el autor del libro, Omar García destacado dirigente estudiantil de Ayotzinapa y Bertha Nava, madre de un normalista desaparecido.
Apenas ayer tuve acceso al libro, inicié su lectura y lo terminé hace un momento. El libro es de lectura obligada e imprescindible. Recabando testimonios de normalistas sobrevivientes a la masacre, al atentado, a la barbarie, a la desaparición forzada, el autor reconstruye la noche de pesadilla del 26 de septiembre de 2014. Su trabajo es impecable y contundente.
Demuestra que los normalistas fueron atacados a balazos por policía municipal, policía estatal y federal y, civiles armados. Pone en evidencia la cómplice y miserable participación del ejército en la zona. Acredita que inicialmente había un joven herido mortalmente en la cabeza, que sus propios compañeros lo dieron por muerto: Aldo Gutiérrez Solano de 19 años quien falleció después de varias semanas en coma. Confirma que un número grande de normalistas fueron detenidos con saña y violencia inaudita y, llevados vivos por la policía municipal o por quien se hacía pasar por policía municipal.
Gibler nos devela que hubo un segundo ataque cerca de la medianoche contra los normalistas cuando estaban dando una rueda de prensa en el lugar de la agresión denunciando lo sucedido. En este segundo ataque, de manera inaudita y con la presencia de los medios de comunicación, dos jóvenes más perdieron la vida.
Relata la pesadilla vivida por los jugadores de fútbol de tercera división, los avispones de Chilpancingo, que fueron agredidos a balazos mientras despreocupadamente viajaban saliendo de Iguala rumbo a Chilpancingo, costándole la vida al chofer del autobús y a un jugador: Víctor Manuel Lugo Ortiz de 50 años y David Josué García Evangelista de 15 años.
Nos narra que la pesadilla no terminó ahí y vivimos la angustia de los estudiantes buscando un refugio, hallándolo algunas veces y estrellándose con la miseria humana en otras.
Particular mención merece el episodio en que un grupo cercano a una treintena de normalistas y un profesor guerrerense piden apoyo en el hospital privado Cristina, de Iguala.
Los testimonios dan cuenta de cómo batallaron para que fuera atendido Edgar Andrés Vargas de 25 años que había recibido un balazo en la boca. El tiro le había destruido el maxilar superior y los labios. El joven se desangraba y no recibía ayuda en la citada clínica. Un par de unidades del ejército se presentó a la clínica privada y no sólo no ayudaron al joven herido, sino que tomaron los datos de todos y los amenazaron a tal grado que se fueron de la citada clínica.
Nunca llegó una ambulancia al hospital privado para llevarse al joven Vargas, quien tuvo que ser desplazado por un profesor y por Omar en un taxi, que finalmente accedió a llevarlos al hospital público. El doctor Ricardo Herrera, dueño del hospital Cristina, llegó a su hospital y nunca prestó auxilio, se dedicó a supervisar si no había daños o robos en su clínica.
Al ser entrevistado por el autor, el doctor Ricardo Herrera declaró a éste: «Son delincuentes. Gibler.:¿Eso es delincuencia? ¿Eso le parece mal? Entonces, quitarles el rostro, sacarle los ojos, descuartizarlos, y calcinar los cuerpos: ¿eso le parece bien?. Herrera: si, la verdad que si». (pp164).
No sé si el hospital privado Cristina sigue funcionando, pero si así fuese, nadie debería atenderse con semejante engendro de ser humano. Ese tal Herrera no debería tener cédula profesional como médico, es un fascista y un miserable.
Finalmente el libro recaba el testimonio de cuatro padres de normalistas desaparecidos en los primeros meses de la búsqueda. Sus palabras son desgarradoras, su testimonio terrible. Varios hablaron por teléfono con sus hijos cuando aún estaban vivos, en medio del tiroteo que éstos padecían. Varios se torturan pensando que las cosas pudieron ser diferentes si ellos hubiesen actuado de una u otra manera. Esos padres nada podían hacer para cambiar las cosas y sin embargo, suman a su dolor y sufrimiento el pensamiento que martillea su mente de si las cosas hubiesen sido diferentes gracias a su reacción y si por ello sus hijos estarían vivos y con ellos.
Debe ser terrible que te maten a un hijo y debe ser insufrible que te lo desaparezcan. Debe ser enloquecedor que las autoridades responsables de su desaparición, se burlen de tu dolor, de tu búsqueda y de tu sufrimiento.
Soy padre, tengo dos hijos, y no podría soportar el dolor que viven los padres de los normalistas desaparecidos ni un solo minuto. No sé cómo hacen los padres de Julio César Mondragón Fontes de 22 años, quien esa noche fue torturado, desollado de la cara y asesinado. No imagino la reacción de estos padres cuando la Comisión Nacional de Derechos Humanos dijo que un perro le había arrancado el rostro a su hijo.
El desgobierno de Peña está marcado a fuego por dos crímenes monstruosos: la desaparición forzada de los 43 normalistas y la corrupción que lo ahoga. La corrupción podría ser perdonada, el crimen de Estado cometido la noche del 26 de septiembre, no, bajo ninguna circunstancia y después de leer este libro, menos aún.
Como cierre, el libro cita una frase que muchos dicen en Ayotzinapa: «quien ve una injusticia y no la combate, la comete».
Más allá de toda posibilidad y factibilidad, uno no puede menos que luchar porque este gobierno sea removido de su cargo para que pague sus crímenes y se sepa que pasó verdaderamente con esos 43 normalistas de Ayotzinapa, no debemos ser cómplices ya no digo de una injusticia, sino de este acto de barbarie monstruoso y a la vez, incalificable.
«El pueblo tiene derecho a vivir y a ser feliz»
Gerardo Fernández Noroña.
México D.F. a 25 de julio de 2016