Por: Ricardo Monreal
Primero fue Hugo Chávez. Después, Nicolás Maduro. Ahora son los rusos y Putin. Mañana serán los marcianos. La venezolanización del miedo ha cambiado hacia la rusificación de los temores. Sin embargo, la comparación ha despertado el efecto contrario: mofa, bufa y befa.
El pensamiento político de la derecha es proclive a azuzar con la idea de una conspiración internacional que busca apoderarse del país y de sus presuntas riquezas.
Así ha sido desde la época de la Colonia. Recordemos la principal crítica de los opositores a la independencia: se buscaba entregar la nueva nación a los intereses de la Europa protestante, con Inglaterra a la cabeza, argumentaba el clero colonial (algunos de ellos, inteligentes y estructurados, como el obispo Abad y Queipo, pero no exentos de prejuicios ideológicos).
Después, durante la Guerra de Reforma, los conservadores buscaron desprestigiar la forma republicana de gobierno promovida por los liberales, señalando que era una copia del gobierno estadounidense, y que los reformistas nacionales terminarían por entregar México a Estados Unidos de América.
Ya en el porfiriato, el gobierno de Díaz tenía en la presunta intervención estadounidense el argumento para desprestigiar a quienes se oponían a su reelección, y daba de ejemplo el hecho de que sus adversarios se refugiaban en la Unión Americana, desde Catarino Erasmo Garza Rodríguez (quien desde Texas le declaró la guerra al dictador en 1891) hasta Francisco I. Madero y Ricardo Flores Magón, quienes desde Estados Unidos dirigían y promovían rebeliones sediciosas.
En la larga época del partido dominante, desde el poder se acuñó una expresión para justificar los atropellos electorales y políticos contra los opositores al régimen (representados en ese momento por el PAN): el fraude patriótico.
¿En que consistía? En justificar la manipulación electoral (robo de urnas, carruseles, compra de voto, intimidación, represión y hasta asesinatos políticos) con el argumento de impedir que “fuerzas extranjeras se apoderen del país”.
El fraude patriótico contra el PAN fue para impedir la entrega del país a Estados Unidos. Mientras que el fraude electoral o la represión contra los grupos de izquierda se promovía para evitar la injerencia del comunismo soviético.
En 2000 llegó la alternancia y, contra lo que se esperaba, el fraude patriótico no desapareció, sólo cambió de objetivo y de método. El enemigo ya no era el PAN —ahora en el gobierno—, sino la izquierda populista. El robo de urnas cambió a guerra sucia o campañas mediáticas para infundir miedo a través de mentiras (Chávez-Maduro).
En 2018 veremos una práctica inédita de fraude patriótico contra la izquierda presuntamente populista y mesiánica, un fraude de segunda generación o doble ciclo. Por un lado, la sempiterna compra del voto operada por el PRI, sobre todo en zonas rurales. Por el otro, la campaña mediática de: “¡aguas, ya vienen los rusos, los venezolanos y los cubanos!”
Todo para evitar un cambio de paradigma económico, una propuesta de política económica diferente a la promovida en los últimos 25 años por PRI y PAN.
En lugar de atacar las causas de fondo que han hecho del populismo una opción política en ascenso (desigualdad, violencia, impunidad y corrupción), el bipartidismo neoliberal del PRIAN buscará ahora atajar sus efectos mediante el fraude patriótico de segunda generación.
Sin embargo, quién sabe si los números y los votos les alcancen en esta ocasión.
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