‘Día de Muertos’, una tradición muy viva

Por: Vianey Lamas
Escritora independiente
@Vianey_Lamas

dia de muertosJunto con el otoño también llega el “Día de Muertos” con todo ese misticismo propio de nuestra tierra mexicana. Esta celebración es una fusión de tradiciones: la prehispánica con la católica. Los aztecas ya celebraban la fiesta de muertos en el mes de agosto que coincidía con el final del ciclo agrícola del maíz, calabaza, garbanzo y frijol. El dios de la muerte era “Mictlantecuhtli”, quien junto con “Mictecacíhuatl” gobernaban el “Mictlán” o mundo subterráneo.

Para todos los pueblos prehispánicos, la muerte no era el fin de la existencia sino un camino de transición hacia algo mejor. Con la llegada de los españoles esta celebración fue adaptada a los días 1 y 2 de noviembre del calendario cristiano, “Día de todos los santos y fieles difuntos”.

Los mexicanos festejamos con bombo y platillo a nuestros muertos. Esta tradición guarda un gran valor. Objetos como fotografías, cirios, veladoras, imágenes religiosas, incienso, copal, agua, sal, pan de muerto, fruta, calaveritas de azúcar, dulces, licor, junto con el papel picado y las flores de cempasúchil, forman parte de la Ofrenda para quienes se nos adelantaron, convirtiéndose en símbolos que hacen del altar, un lugar sagrado para honrar a nuestros difuntos y ancestros.

Es una conexión entre el mundo material y el mundo invisible. Entre nuestro presente y nuestro pasado milenario. Las tradiciones nos recuerdan nuestros orígenes ancestrales y a dónde pertenecemos, nos unen como compatriotas y nos dan un sentido de identidad y pertenencia. Además nos invitan a reflexionar.

Vida y muerte son inseparables. No puede existir una sin la otra. ¿Qué valor le daríamos a la vida si no supiéramos que algún día vamos a morir? Aunque preferimos ver a la muerte como algo muy lejano, lo cierto es que cuando nos toca de cerca, nos sacude y nos confronta.

La muerte es natural, inevitable, personal y única. Es la ruptura del alma y del cuerpo, es la separación de todo lo que amamos, del desapego total. La muerte es universal, nos unifica, nos llega a todos sin distinción. Nadie sabe a ciencia cierta qué hay después de su umbral, es sólo por un acto de fe que creemos que existe la vida eterna, o un reencuentro con Dios, un renacimiento o una reencarnación.

Lo cierto es que para trascender en muerte, primero hay que trascender en vida. Cuando yo ya no esté aquí, quedará el recuerdo de mis obras y acciones, mi legado será lo que estoy haciendo en el aquí y el ahora. El “cómo” quiero que me recuerden dependerá de la clase de persona que soy ahora.

Estos días especiales en los que recordamos a nuestros seres queridos que ya partieron, también podemos reflexionar sobre la vida que estamos viviendo. La muerte nos invita a vivir con amor, intensidad y pasión para que el día que venga a nuestro encuentro seamos capaces de entregar la vida con profunda gratitud.

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